miércoles, 31 de octubre de 2007

MEMORIA HISTÓRICA: LA VERDADERA HISTORIA DEL ASEDIO DEL ALCÁZAR DE TOLEDO

LA VERDADERA HISTORIA DEL ASEDIO DEL ALCÁZAR DE TOLEDO

A continuación reproducimos la narración sobre el asedio al Alcazar de Toledo que se incluye en el libro Madrid Rojo y Negro que escribió Eduardo Guzmán.

Como veréis la versión de los hechos dista bastante de la "película" que nos han contado, ¡y nos cuentan aún hoy! en las salas-museo del Alcázar (futura sede del museo del ejército).

Al leerlo hay que tener en cuenta la filiación del escritor, el cual se centra en el papel de los milicianos anarquistas, frente al resto de tropas republicanas. Aún así es un texto bastante valioso para saber más acerca de la verdad del asedio del Alcázar.

VERDAD Y JUSTICIA: El olvido está lleno de memoria.


TOLEDO.
SEPTIEMBRE ES EL MES DECISIVO
de la lucha en Toledo. Se ha perdido estúpidamente agosto. Setecientos hombres -futuro Batallón Toledo, «Aguilas de la Libertad»- han sitiado a más de dos mil quinientos. En las calles, fusiles escasos, pistolas sin munición, un par de cañones del 7,5. Dentro, abundancia de morteros y ametralladoras, de municiones y víveres. Tras de los grandes muros del Alcázar, las tropas mejores del viejo ejército. Guardias civiles curtidos por largos años de servicio; más de un millar de cadetes -fascistas convencidos- con tres, cuatro o cinco años de estudios militares; unos centenares de soldados escogidos y todos los falangistas y requetés de la provincia. En el extranjero, donde no conocerán nunca toda la agria verdad de nuestra lucha, se forjará una leyenda con el Alcázar. Se presentará como heroísmo el gesto de unos cadetes enemigos del pueblo. No hay que extrañarse. Los cadetes, jóvenes, elegantes, ricos, con títulos nobiliarios, son mucho más gratos a los ojos de las burguesitas norteamericanas que unos hombres heroicos que pelean por la libertad. La resistencia del Alcázar no es más que una cobardía sin límites. Dentro del fortín hay muchos más hombres que fuera. Y, sin embargo, no son capaces de romper el cerco. Y, sin embargo, dejan perder la ciudad de Toledo ante unos centenares de hombres tan sobrados de valor como carentes de armas...

Pero -insistamos- en Madrid se ha perdido estúpidamente, con respecto a Toledo, demasiado tiempo. Se creyó primero que los del Alcázar no resistirían, fiados en la cobardía que les dominaba. Se dijo más tarde que eran pocos en número. Se afirmó que no tenían víveres ni agua. La realidad era muy distinta. No en cuanto a la cobardía de los facciosos, que se hubieran rendido de no saber que en la empresa se jugaban la vida y la perderían sin remedio, al entregarse. Sí, en cuanto al número de hombres y a los elementos de que disponían. En los sótanos del Alcázar se han almacenado todos los víveres de la ciudad. El agua la reciben directamente del río. La mole, es una fortaleza auténticamente e inexpugnable. Dentro están varios millares de soldados, guardias y fascistas...

Cuando se comprende la realidad, cuando se empieza a reaccionar, es demasiado tarde. Demasiado tarde y sin la energía precisa. Se envía, primero, dos cañones del 10. Al poco tiempo se envían otros dos del 15,5. Pero no se envían todas las granadas precisas. Deshacer una fortaleza como el Alcázar exige muchas baterías y un bombardeo continuo. Nuestros cañones disparan con largos intervalos. Hay días enteros en los que no se dispara un solo obús. Los milicianos derrochan heroísmo. Atacan muchas veces al fortín; hostilizan sin descanso; se juegan la vida en aventuras heroicas y la pierden en centenares de ocasiones. Pero no pueden, sólo con su bravura, tomar una fortaleza defendida por dos mil quinientos hombres...

En Madrid hay un desconocimiento absoluto de la situación. La mayoría cree que la toma del Alcázar es un juego de niños. Es frecuente oír: «¿Pero todavía resiste el Alcázar?». «Sí; los que lo sitian están veraneando plácidamente y tienen miedo a jugarse la vida en el asalto...»

La realidad, hoy lo comprendemos, es muy distinta. Si Moscardó y sus cadetes no fuesen unos gallinas; si no estuvieran invadidos por un terror pánico, hubieran podido hacer una salida, adueñarse de Toledo entero, avanzar fácilmente al encuentro de las hordas de Varela y Yagüe. Ni siquiera lo intentaron, aunque fuera había una cuarta parte de fuerzas que dentro. Si resistieron, si no se entregaron, si realizaron lo que en el extranjero sería explotado como una gesta, fue única y exclusivamente por miedo. Sabían que rendirse era pagar su traición; sabían que una salida era jugarse la vida. Y prefirieron esperar, cobardemente, bien cómodos y fortificados, a que las columnas marroquíes llegaran a Toledo para libertarlos...

A primeros de septiembre cuando el Gobierno Giral deja paso al Ministerio Largo Caballero, la situación varía un poco. Se empieza a tener un poco menos de respeto a las piedras históricas. Se envían dos cañones del 15,5; se mandan algunos tanques de gasolina; se concede el permiso para construir minas. La lucha se intensifica. A fuerza de valor algunos milicianos rocían con gasolina un edificio cercano al Alcázar ocupado por los fascistas. Tienen que ir arrastrándose, jugándose el pellejo. Cuando lo tienen rociado, lo prenden fuego. Los fascistas huyen, perseguidos de cerca por las balas. A mediados de septiembre están terminadas dos grandes minas. Una la han hecho las milicias confederales. Otra los elementos marxistas. El Ministerio ha enviado técnicos. Los nuestros no se fían de ellos. Construyen la galería, meten la dinamita en la forma que creen más conveniente. Los marxistas aceptan la dirección de los técnicos. Casi al mismo tiempo quedan terminadas las dos minas. La nuestra ha de afectar a uno de los grandes torreones del Alcázar. La marxista tiene que estallar debajo de la fachada principal.

Se hace una última invitación a los fascistas para que se rindan. No da resultado. No puede darlo porque, escarmentados por las evasiones producidas, los facciosos han recluido en los sótanos y en trabajos mecánicos a todos los soldados. Disparando contra el pueblo están solamente fascistas, cadetes y civilones.

Es preciso adoptar precauciones. La explosión puede afectar a las casas de la ciudad, producir víctimas inocentes. Previniéndolo, con todo sigilo, durante la noche, se ha hecho salir a las afueras de la ciudad a toda la población civil. También los combatientes salen, salvo los que en servicio de vigilancia quedan en determinados lugares que se consideran seguros.

A las seis de la mañana se hace explotar la mina. Se produce un enorme estrépito. Un torreón del Alcázar, arrancado de cuajo, vuela entero por el aire para caer deshecho en cien mil pedazos. Una gran columna de humo cubre la fortaleza, mientras un polvo oscuro se extiende por toda la ciudad.

Aún no se ha extinguido el eco de la explosión, cuando empiezan los cañonazos. La artillería tiene que bombardear intensamente el Alcázar, mientras los milicianos llegan a lugar conveniente para iniciar el asalto. Todo se ha preparado cuidadosamente. Todos han contraído el firme compromiso de lanzarse a la carrera sobre el Alcázar, para ocupar las posiciones que se puedan.

Se comete, sin embargo, un grave error. Se inicia y se lleva el ataque por la parte de más difícil acceso, partiendo de la plaza de Zocodover. La explicación es sencilla: es el trayecto más corto. En su prisa por lanzarse al asalto, los milicianos han escogido el sitio más peligroso.

Tan peligroso, que resultan estériles todos los heroísmos. Desde lugares bien fortificados, las ametralladoras fascistas disparan sobre los asaltantes. Se salta por encima de las ruinas, se atraviesan los jardines, se llega a la misma barandilla de la fachada, Pero el intento fracasa. La mina de los marxistas no ha hecho el menor efecto. Se darán, más tarde, numerosas explicaciones. La realidad por el momento es que mientras la mina preparada por los libertarios destrozó el torreón, la que construyeron los marxistas no ha movido una sola piedra de la fachada principal.

Se pelea duramente a lo largo de dos horas. Al final hay que volver a las primitivas posiciones. Pero allá en la barandilla, pegadas a la puerta principal, como airón de rebeldía y promesa de victoria, han quedado firmemente clavadas dos banderas rojinegras. Uno de los que la llevasen, un buen militante confederal llamado Benjamín García, se ha quedado allí también con la cabeza destrozada por un balazo certero...

Pero, pese al fracaso del asalto, se ha visto que sólo gracias a las minas se puede entrar en el Alcázar. No se pierde ahora el tiempo como antes. Los fascistas avanzan por las llanuras en dirección a la ciudad. Hay que precipitar los acontecimientos si no queremos perderlo todo. En cuatro o cinco días está preparada la nueva mina. Es más potente que las anteriores. Se esperan de ella mejores resultados aún. Entonces se comete una grave falta: perder tiempo.

Los gobernantes no se han librado aún de su excesivo sentimentalismo. Les duele mucho que todos los fascistas mueran. Les duele, también, que las piedras centenarias del Alcázar salgan danzando por el aire. Quieren, si es posible, evitarlo. y empiezan unas fastidiosas y torpes negociaciones de rendición.

A las primeras insinuaciones los fascistas no se niegan en redondo. Son lo suficientemente inteligentes para no hacerlo. Quieren ganar tiempo y las proposiciones de entrega son un magnífico pretexto. Un día es el propio comandante Rojo, que pronto será general, quien avanza hasta el Alcázar para conversar con los traidores. Es un gesto de audacia; pero es, también, una imprudencia. Los traidores, que conocen su valía, pueden matarle con facilidad. No lo hacen por fortuna; pero tampoco se avienen a la entrega.

Pudo darse por terminada aquí toda negociación e iniciar el ataque a fondo. Mas entonces interviene, con supuesto humanitarismo, el Cuerpo Diplomático. El decano del cuerpo, el embajador de Chile, en cuya residencia encuentran cobijo, amparo y protección espías, traidores, enemigos del pueblo y conspiradores, pide al Gobierno que le deje hacer una última tentativa. El Gobierno sabe que ese embajador está mucho más cerca de Franco que de la República. Y, sin embargo, accede a su petición. Nadie sabe lo que trata con los fascistas del Alcázar. Pudo pedirles que se rindieran o pudo aconsejarles la resistencia señalándoles la proximidad de las hordas marroquíes y el lugar exacto donde estaba colocada la mina leal. Aunque no hiciera nada de esto, sí nos hizo, cuando menos, perder un día que habría de ser precioso.

Dos días, mejor. Porque al salir, junto a la negativa de rendición, comunicó una petición fascista que él secundaba: que se dejase penetrar a un cura determinado, para que administrase los sacramentos a los que iban a morir. La maniobra estaba clarísima. Dentro del Alcázar había un buen puñado de clérigos de todas las graduaciones. El cura sólo podía servir para ganar veinticuatro horas o para transmitir a los sitiados algunos informes de importancia. Contra toda lógica, el Gobierno consintió esta intervención eclesiástica. Y volvió a perderse estúpidamente un día, mientras Yagüe y Varela, precedidos por la aviación y los tanques italogermanos forzaban la marcha, avanzando en dirección a Toledo...

Por fin, se decide el asalto. En Madrid se conoce la noticia la noche anterior. El Comité de Defensa empieza a tomar rápidas medidas. Val dice:«Hay que terminar cuanto antes con el Alcázar, que es un grave peligro para Madrid. Todos los militantes, todos los comités, sean los que sean y estén donde estén tienen que marchar a participar en el asalto de mañana...».

Nadie discute la orden. Todos la cumplen con una decisión unánime. La carretera de Toledo se llena esta noche tibia de septiembre, con los coches de todos los sindicatos, de todos los ateneos, de todas las barriadas que conducen a lo más granado del movimiento libertario. Hombres de la CNT, luchadores de la FAI, muchachos de las juventudes acuden, abandonándolo todo, al lugar de la pelea y la muerte.

Al amanecer hace explosión la mina. Inmediatamente los cañones comienzan a batir el lugar de la explosión. Por desgracia, la voladura no ha sido perfecta. La mina no ha estallado en el interior del Alcázar, sino en un espacio libre situado entre la vieja fortaleza y el edificio del Gobierno Militar. Los fascistas, que apenas han sufrido bajas, se reponen pronto, emplazan las ametralladoras y los morteros, esperan el ataque. Cuando los nuestros avanzan, cuando saltan los unos los parapetos de Zocodover y corren los otros por las callejuelas retorcidas y estrechas una lluvia de balas les cierra el paso. Pero no hay nada que pueda contener su empuje. En vanguardia pechos proletarios, pañuelos rojinegros, coraje y audacia. Encabeza todos los militantes confederales de Madrid. (En Madrid estarán cerrados hoy los sindicatos; no funcionará ningún comité; no tendrá vida ningún organismo libertario. Pero aquí -¡donde hacen falta!- los líderes se juegan alegremente la vida en una partida empeñada.)

Estallan las granadas de mortero entre las filas asaltantes; abren grandes claros en la vanguardia las ráfagas de ametralladora. ¡No importa! Los vivas a la FAI electrizan a los hombres, les lanzan con energías renovadoras a la pelea, les impulsan hacia delante. Cerrándoles el paso hay varias casas cercanas al Alcázar y las casas caen en su poder. Está el Gobierno Militar, y el Gobierno Militar se conquista a punta de bayoneta, entre gritos de triunfo y explosiones de bombas de mano. Están los jardines y la explanada, y por los jardines y la explanada los pañuelos rojinegros ponen su nota de colorido revolucionario. Ha sido un alud, una avalancha, un empuje arrollador que ha derrumbado las principales defensas del Alcázar. Se han defendido bien los fascistas. Han manejado sus ametralladoras, sus morteros, sus fusiles, sus bombas. Pero frente a ellos tenían a todos los militantes del movimiento libertario madrileño...

A mediodía se da por terminado el combate. La jornada ha sido fatal para Moscardó. El Alcázar se ha quedado sin sus mejores defensas. Ha perdido sus almacenes y sus cuadras. Se ha quedado sin víveres. Los parapetos leales están ya en el patio exterior de la fortaleza. La defensa es hoy mil veces más difícil que ayer. ¡Ah, si la mina se hubiera colocado bien! Si la mina se hubiera colocado bien, con el heroísmo de hoy, con el coraje de hoy, Moscardó no pasaría ya de ser un recuerdo...
Los miembros de los distintos comités tienen que regresar a Madrid. Hay que organizar mucho, que preparar no pocas cosas en defensa de Madrid. Regresan algunos heridos; vuelven la mayoría contra su voluntad. Pero cumplen sin discutirlo un mandato de la organización.

En Toledo se empieza rápidamente a construir otra mina, para dar el asalto definitivo al Alcázar. El Gobierno se preocupa ya fundamentalmente de este sector. Yagüe ha sobrepasado Torrijos, ocupado Rielves y avanza sobre Bargas. Las hordas marroquíes están ya únicamente a veinte kilómetros de Toledo. Desde el Alcázar pueden escuchar el estrépito de la batalla que se acerca. A Toledo y Bargas envía refuerzos el Gobierno. Vienen varios núcleos de los «Leones Rojos», el Batallón «Pasionaria», fuerzas de guardias nacionales y de asalto. Con el Batallón «Pasionaria» vienen también varias piezas de artillería. Todo el mundo se da cuenta de la gravedad de la situación. Pero se da cuenta demasiado tarde, cuando ya no tiene remedio posible.

En la madrugada del domingo se vuela la mina. En la madrugada del domingo los tanques italianos han sobrepasado Bargas. En la madrugada del domingo, las vanguardias de la caballería mora divisan Toledo en lo alto de su cerro de piedra...

Apenas se ha extinguido el eco de la explosión cuando empieza el asalto. La gente va decidida, resuelta, convencida de que hay que terminar cuanto antes con los sitiados para hacer frente a las hordas que avanzan. Los fascistas se defienden a la desesperada, convencidos también de que se juegan la última carta. El combate adquiere una dureza extraordinaria. Se atraviesa el patio exterior del Alcázar, se pelea con bombas de mano, se llega al cuerpo a cuerpo...

En lo más duro del combate muere otro gran valor confederal. Es Senderos. Senderos es director de Juventud Libre. Ha venido aquí con el pretexto de hacer información. En realidad ha venido a luchar como otro cualquiera. Cuando se emprende el asalto, marcha en cabeza. Pistola en mano avanza, despreciando la muerte que le cerca y le sigue. Cuando traspasa la barandilla del Alcázar, cuando se dispone a penetrar por el hueco de un obús, una ráfaga de ametralladora le alcanza de lleno. Cuando los compañeros se acercan a recogerlo, aún exclama: «¡No os detengáis! ¡seguid el asalto!».

Lo retiran ya cadáver. En un coche se lo llevan para Madrid. Mientras, el asalto continúa. Los compañeros están ya dentro, han salvado las mayores dificultades. Pueden considerar la fortaleza suya...

Pero en aquel momento, precisamente en aquel instante, a las ocho y cuarenta y cinco del día 27 de septiembre, un cañonazo da en las cercanías del Alcázar. Al cañonazo siguen otros. Inmediatamente el cielo se cubre de alas negras que empiezan a descargar toneladas de metralla sobre Toledo y los alrededores. La artillería y la aviación forman un concierto terrible. Las explosiones, repetidas por el eco de los montes cercanos, aturden y desconciertan. Nadie sabe qué hacer.

Por la Vega, en dirección a Toledo, avanzan ya los tanques italianos y la caballería mora. En la fábrica de armas se libra un combate duro. Un grupo de milicianos pretende resistir. La caballería rodea el edificio, los tanques disparan desde cerca sobre los huecos de las ventanas. Pronto cae el edificio. Muere la mayoría de sus ocupantes. El resto -tres o cuatro- se salva arrojándose de cabeza al Tajo...

Desde las alturas de Toledo se ha visto todo. Desde Toledo se ha visto también que las fuerzas que retroceden ante el avance fascista no reculan hacia la ciudad, sino que, dejando abierto el camino al invasor, huyen en dirección a Olías. Temen, sin duda, la salida de los miles de hombres del Alcázar. Temen encontrarse entre dos fuegos...

En Toledo la situación es desesperada. Ha terminado el ataque al Alcázar. Se ha iniciado el éxodo. Por el puente de Alcántara, barrido por las ametralladoras de la fortaleza, y por el puente de San Martín que las bombas de aviación siluetean, corre la población civil y no pocos milicianos y guardias. No hay serenidad ni organización ni disciplina. Muchos han perdido la cabeza y contagian a los demás.

Pasan unas horas dolorosas y amargas. Los moros suben por la Puerta Bisagra, mientras los fascistas del Alcázar inician la salida. Al otro lado del Tajo, perseguido por las ametralladoras de los Fiats y los Capronnis; la población civil huye de la barbarie fascista...

Una partida de moros, con oficiales españoles al frente, penetra en el hospital. En él han quedado bastantes heridos y unas cuantas enfermeras. La escena que sigue es trágica y repugnante. Las muchachas van pasando de mano en mano de los rifeños, que se sacían con ellas. Luego, en el patio, son pasadas a cuchillo, como antes lo han sido todos los heridos que encontraron...

Toledo se ha perdido. Es una jornada de vergüenza. Tan sólo, salvando la dignidad de todos, un grupo de hombres. Son un centenar de milicianos anarquistas que se han negado a huir. Se han refugiado en un edificio fuerte y se defienden como leones. Los fascistas, dueños de la ciudad, les intimidan: «¡Estáis completamente cercados! No tenéis salida. ¡Rendíos!». La respuesta es una lluvia de balas y un grito desafiante: «¡Viva la FAI!».

Durante tres días resisten con heroísmo sin límites. Centenares de moros y civilones, de terciarios y requetés pagan con su vida la de aquel puñado de héroes. Durante tres días, sigue la pelea enconada en las calles de la imperial ciudad. Durante tres días, en Madrid, en toda la España leal, la gente negará la caída de Toledo, porque dentro de ella se sigue combatiendo.

Desgraciadamente, los luchadores anarquistas tienen que caer. Les faltan municiones, víveres y agua. Pero cuando los moros dan el asalto definitivo, todavía tienen fuerzas para luchar al arma blanca, para matar cada uno tres o cuatro mercenarios rifeños... Una vez más, la FAI ha salvado, al precio de su sangre generosa, la dignidad de todos. Pero su sacrificio ha sido estéril, porque nadie acudió en socorro de los sitiados. Porque antes, el Gobierno perdió estúpidamente tres días en tontas negociaciones; setenta y dos horas que hubieran bastado para que cuando Yagüe y Varela llegasen a Toledo, no quedase en pie un solo cadete del Alcázar. Y para que en modo alguno hubieran logrado poner sus plantas las hordas marroquíes en las calles retorcidas y escarpadas de la ciudad del Greco...

3 comentarios:

pedro * dijo...

bueno, ni unos eran tan buenos, ni los otros tan malos, lo que esta claro es que habia un gobierno y unos rebeldes que se levantaron contra el, y si tenemos en cuenta que la real fabrica de armas estaba en toledo, no es tan descabellado pensar que el alcazar estaba bien surtido, y si el gobierno republicano hubiera querido pues..., haber, quizas en tiempos de los visigodos, arabes etc etc, el alcazar seria inexpugnable, pero en el treinta y seis, con fuego de mortero y a cañonazos seguramente seria otra cosa, por lo tanto, a lo mejor el articulo, con las apropiadas discrepancias que pueda tener, no este tan equivocado, al final la historia la escriben los vencedores y en este caso todos sabemos quien gano y a quien llamaron heroes y a quien cobardes, no se, quizas habria que utilizar la logica....

MILICO dijo...

Cómo duele la verdad a los mequetrefes traidores y golpistas que se han retroalimentado por décadas con su propia basura propagandística. Detrás de una narración más o menos dramatizada se esconde una realidad aplastante. El pueblo y sus intereses eran representados por un gobierno cargado de buenas intenciones pero falto de convicción y de agallas. El capital, la iglesia rancia y criminal, la aristocracia terrateniente y la alta burguesía industrial, mano a mano con sus hijos mimados de pistola y brillantina y un Ejército de vocación traicionera y sumisa a los dictámenes del rico, se hicieron fuertes en un Alcázar fácilmente defendible y surtidos de más y mejor material y armamento que las milicias que tanto miedo les infringían. El Ejército español podría fácilmente haber arrasado el Alcázar y a los golpistas. Pero faltó voluntad. La voluntad la tenía el pueblo indignado, pero le faltaron las armas y los medios. Y cuando ambas cosas quisieron confluir ya era demasiado tarde.

Pepe dijo...

Vaya sarta de gilipolleces...